jueves, 6 de marzo de 2014

Hay hombres…

Avanza despacio, nos mira a todos y sonríe. A los hombres les deja un apretón de manos, a las damas nos obsequia un beso. Tiene la mirada firme y las manos tiernas. Es alto, muy alto, y desde mis escasos 152 centímetros de estatura su figura adquiere matices más quijotescos. Es noche fría en La Habana y Chávez ha vuelto a Cuba.

La escena se repetirá una y otra vez durante varios meses. Siempre el gesto afable, la mirada clara, la sonrisa reconfortante. Hasta que un mal día —fatídico el día de hace un año— la triste noticia nos tomó a todos por sorpresa, por meses el mundo entero estuvo pendiente de la evolución de su salud, aunque en ese preciso instante a muchos tal realidad se nos antojó una pesadilla. Quizás muy pocos imaginamos que esta sería la última y definitiva de sus tantas batallas.


La muerte siempre me ha parecido algo demasiado cruel, a pesar de que es ley de vida eso de nacer y morir, y de memoria sabemos que a todo el mundo “un día le toca”. Pero a Chávez no, a Chávez no le tocaba todavía, mucho tenía por hacer aún su verbo claro y profundo, mucho por dar y recibir de nuestra mayúscula América.

Tal vez por eso prefiero recordar un Chávez vivo, latiendo por sus amigos, por su pueblo. Prefiero recordarlo tal cual lo traen de vuelta una y otra vez las más variadas imágenes: rodeado de niños, presto a abrazar al anciano, a estrechar contra sí a los desvalidos, sensible, observador, fabulador de pura cepa, jaranero, espontáneo… marcando huellas en cada sitio, trazando su propio camino de la historia, que de cierta forma es también un poco el nuestro.

A veces me pregunto cuánto de extraño y hermoso nos falta por conocer sobre el chiquillo de Sabaneta, cuántas anécdotas “incontadas” andan por ahí, en la memoria de tanta gente a la que abrazó o sonrió algún día, de personas que a lo mejor jamás lo vieron vivo, ni escucharon sus pasos, ni enmudecieron ante su risa franca y contagiosa.

Corro el riesgo de volver sobre lo que otros escribieron. Lo sé. No me preocupa. En ocasiones resulta difícil no hacerlo cuando las emociones se parecen, cuando las heridas continúan igual de profundas a pesar del tiempo. Y la prematura muerte de Chávez es una herida gris en Nuestra América, en nuestras utopías, en nuestros sueños…

Por eso elijo al hombre vivo, sonriente, alejado de honras fúnebres y silencios; ocurrente y dicharachero; amigo entrañable de Fidel y Raúl, del pueblo cubano. Su imagen, repetida una y otra vez, continúa diciéndome que sigue aquí, que jamás se ha ido.

Y es que sencillamente hay hombres así, que solo necesitan nacer para marcar pautas, para cambiar rumbos, para hacerse luz. Hay hombres que nacen crónica, pueblo, amigos, historia… Hay hombres, en definitiva, que serán siempre grandes hombres, quijotes del tiempo y el amor, quijotes de la vida.

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